Dios salve al rey Pharrell 

¿Hay algo más patético que una persona que se deja llevar por los clichés y los lugares comunes? No, no lo hay. Por eso, lector, repite conmigo: sí, soy patético. Porque todos hemos caído en esa trampa llamada Lo Previsible y hemos entonado el canto de cisne por la muerte de la moda cuando la industria, una vez más, nos demuestra que no hay nada más vivo, más imprevisible y más apasionante que la propia moda. Porque eso es lo que ha hecho Pharrell Williams en su presentación como director creativo de la división masculina de Louis Vuitton: cerrarnos la boca a todos con una colección soberbia que no firma un diseñador, sino… él.

“Una celebrity”, resuena en mi cabeza con el eco de mi propia voz en sordina, imitando el tono engolado de Diana Vreeland en el documental El ojo tiene que viajar. Sí, una celebrity que ha resultado ser no sólo un diseñador maravilloso y complejísimo, sino un auténtico visionario, un profeta, un mago. Porque lo que ha hecho Pharrell Williams con esta colección es MAGIA. Cuando creíamos que la habíamos visto todo en esta carrera enloquecida en la que se ha convertido la industria de la moda, resulta que no: no habíamos visto nada.

Pharrell
Pharrell Williams

Pharrell Williams no me conoce, jamás ha oído hablar de mi existencia —ni creo que oiga hablar de ella en lo que le queda de vida—, pero casualmente Pharrell Williams ha hecho lo mismo que hizo mi padre hace muchísimos años, cuando lo estaba pidiendo a gritos: Pharrell Williams me ha dado un guantazo con la mano abierta, que por cierto me tenía muy merecido, que ha sido de una revelación tipo la que tuvo Moisés en el desierto ante la zarza ardiente.

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Pharrell Williams me acaba de desmontar todo mi discurso de periodista de moda y estilo de vida de años (aburridísimo) de “qué pena más grande, ya lo he visto todo y blablablá” y me ha demostrado que no hay nada más patético que alguien, como yo, que cree que no sorprenderse a estas alturas es cool, cuando es el primer paso para convertirte en un fósil patético. No hay nada menos moderno que ir de moderno. Perezón.

Pero Pharrell, como mi padre, me ha dado un guantazo y me ha abierto los ojos, porque no hay nada peor que ir por el mundo, sobre todo en el de la moda, con los ojos cerrados y dejarte llevar por ese ángel exterminador llamado Lo Previsible.

¿Qué es lo previsible? Que una celebrity —o que alguien como Pharrell Williams— no va a saber diseñar. Pffffff!!!! (trompetilla). Pharrell Williams ha diseñado una colección que ya quisieran haber firmado muchísimos diseñadores consagrados, muchísimos directores creativos de graaaaaaandes maisons, pero no: lo ha hecho él, un señor que viene de la música, un señor que viene del bling-bling, un señor que durante muchos años dinamitó en las alfombras rojas la idea que muchos tenían —teníamos, me temo— de lo que es “ser un señor”.

Un señor que en un momento dado se coronó en las listas de ventas de todo el mundo con un himno llamado Happy, que muy bien podría haber sido el lema de esta colección. Porque ha sido la colección más gozosa, más vital, más extraordinaria —por todo lo que ha supuesto y las bocas que ha cerrado, incluida la mía, con cal viva— y nos ha cerrado la boca no con un guantazo, sino con una sonrisa.

Nos ha cerrado la boca a todos. Porque va a la esencia, al núcleo, al alma misma de Louis Vuitton. Y como Satanás, que no en vano era el más bello los ángeles, se posesiona del espíritu de la maison, lo analiza, lo mastica, lo deglute y luego escupe en una colección divina —para eso, previamente, ha sido ángel— que se ríe de los tópicos más conocidos de la casa.

Qué sabio, qué genial y qué (maravillosamente) perverso. ¿Cómo combatir los tópicos? Riéndose de ellos y utilizándolos en una colección soberbia, que reinterpreta los íconos de Louis Vuitton, pero no desde lo trillado de “es una relectura del ADN de la casa y blablablá”, sino reinterpretándolos de verdad: Pharrell Williams no reinterpreta los íconos, sino que los resucita, los actualiza y los devuelve a la vida. A una vida mil veces más auténtica y más vibrante que la que tenían en su momento de esplendor a través de la relectura del equipaje, canvas, del logo, de la estética bling-bling (¡esos calcetines con pedrería…! ¿Se puede ser más genial?)  y de una selección tan rigurosa como brillante de la locación: el Pont Neuf —el puente nuevo, como él, que es paradójicamente el más antiguo de París—, y por supuesto de los modelos. Pharrell, elegir a Stefano Pilatti, exdirector creativo de Saint Laurent, como modelo de tu primera colección es una broma tan GENIAL que, desde ya, aunque no hayas oído hablar jamás de mí, me has ganado por completo. Pharrell, quiero que lo sepas: beso la cáscara de plátano que pisas. ¡De rodillas!