Los botes vintage de madera están de vuelta con una nueva generación de propietarios que prefieren la calidad sobre la cantidad.
El mercado de botes clásicos ha visto un cambio en años recientes, con muchos dueños experimentados vendiendo preciadas embarcaciones de caoba conforme una ola de nuevos compradores primerizos aparece. “No se trata tanto de envejecer como de cambiar de edad”, dice Herb Ball, presidente de la Sierra Boat Company, un centro de venta y restauración en el lago Tahoe, de Sierra Nevada. “Vemos compradores más jóvenes y acaudalados que quieren cosas del más alto nivel”.
La moda de los botes vintage
Como los conocedores de autos clásicos, los coleccionistas de botes vintage se enfocan en periodos específicos, buscando los modelos más icónicos. “Hemos visto que el rango es de alrededor de 30 años”, dice Dave Bortner, propietario de Freedom Boat Service, en Mayer, Minnesota, el vendedor y restaurador más grande de botes clásicos del medio oeste. “Si alguien en sus 20 quisiera un bote de madera como el de su padre o abuelo, le tomaría como 30 años poder pagarlo”.
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El mercado era estable, luego giró drásticamente alrededor de 2009. “Tras la recesión, los dueños empezaron a vender sus colecciones, y esos enormes barcos se convirtieron en cosas en las que la gente ya no estaba interesada”, dice Bortner.
El deseo cambió de los botes de triple cabina de los años 20 y 30 de las compañías Chris-Craft, GarWood y Hacker-Craft —todos muy cotizados en los 90 e inicios de los 2000— hacia los botes más pequeños de los 40 y hasta los 60.
Pero el interés explotó de nuevo durante la pandemia cuando la gente comenzó a trabajar de manera remota, usualmente desde sus segundos hogares. “Eso creó una demanda sin precedentes por botes vintage para completar sus casas de lago”, dice Bortner. “Gente de 40 a 60 años que siempre había querido uno comenzó por fin a comprarlos”.
La Sociedad de Botes Antiguos y Clásicos (ACBS, por sus siglas en inglés), organización de 6 mil dueños con 53 secciones en Estados Unidos y Francia, recibió a 500 miembros nuevos el año pasado. Aún así, excepto por los modelos únicos o icónicos que escasean, incluido el Riva Aquarama, los precios se han mantenido estables y muchos modelos siguen disponibles.
Esa es la buena noticia. Más o menos. Cualquier precio inicial puede ser engañoso, puesto que los propietarios pueden esperar pagar un promedio de 10% del costo del bote por el mantenimiento, barnizado y almacenamiento. Y si se requiere restauración, considerar gastar una gran cantidad de dinero. “Le advierto a los compradores que podrían necesitar una inversión que es cerca del doble del valor de mercado luego de que se restaura”, dice Bortner. “Es mejor ser el primero en la fila después del que lo restauró”.
Y de acuerdo con Alan Weinstein, dueño de Riva Guru en Fort Lauderdale, Florida, esos precios de restauración se están disparando, especialmente por ejemplares apreciados por los coleccionistas. “En 2006, repintar un Aquarama costaba cerca de 50 mil dólares”, dice, “Ahora, con la mano de obra, hablamos de casi 40 mil dólares sólo por retirar partes de fierro y lijarlo”. En medio de estos costos secundarios, hay otro cambio operándose, con coleccionistas prolíficos haciendo espacio para propietarios con quizá sólo un valioso bote de madera, pero que gastan montos considerables para mantenerlo en estado óptimo. “Hace 20 años, veías a la gente comprando éstos como si estuvieran pasando de moda”, dice Rob Lyons, presidente de la ACBS. “Ahora la mayoría de la gente los quiere sólo porque son cool”.
Además, ahora hay menos conexión emocional con la madera. “Ha dejado de ser algo emocional y se ha vuelto más nostalgia”, de acuerdo con Lyons. “La gente los ve como obras de arte”. Y, como con el arte, la preservación histórica es clave para ciertos propietarios. “Cuando compramos los botes, pensábamos en restaurar grandiosos productos artesanales”, dice Steve Luczo, dueño de dos modelos Aquarama en el lago Iseo, en Italia. “Siempre ha sido parte del plan que nuestros hijos hereden los botes. Les enseñamos: ‘No coleccionas para acumular cosas, sino por una labor de preservación’”.
O quizá sólo se trate de amor por la madera. Bruce Paddock, quien compró su primer Riva Aquarama en 2009, recuerda haber ido a un restaurante junto al agua cerca de su hogar en lago Minnetonka, Minnesota, y ver a los comensales salir para admirar.
“No se ven esa clase de embarcaciones de caoba muy a menudo”, dice. “Incluso gente que no sabía de botes decía: ‘Es el bote más hermoso que haya visto’. Hay algo del diseño que aman por instinto”.