Descubre el corazón de Ulysse Nardin

23 años tenía apenas Ulysse Nardin cuando fundó, en 1846, la que hoy es una de las casas relojeras más importantes del mundo. Su idea de introducir cronómetros marinos y relojes de bolsillo terminó por convertirse en la gran especialidad de la casa: para 1870 ya trabajaba con más de 50 de las mejores empresas de transporte marítimo internacional.

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En buena medida, su exitoso despegue se debió a que contó con dos mentores invaluables: su padre, Léonard-Frédéric Nardin, y Frédéric William DuBois, uno de los grandes maestros de la alta relojería. En 1860, Ulysse hizo un movimiento estratégico que marcaría el destino de la compañía: adquirió un regulador astronómico de alta precisión con el cual calibraría sus cronómetros de bolsillo; se trataba de una valiosa pieza construida por Jacques-Frédéric Houriet cerca del año de 1768.

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Esa adquisición le permitió dotar de gran precisión y calidad a sus guarda tiempos –principalmente
cronómetros de bolsillo, repetidores de minutos y piezas grande complication–, y contribuyó de manera decisiva a la
reputación de la firma en la zona de Le Locle. Fue justo a ese mágico distrito a donde nos desplazamos para conocer
las entrañas de una relojera legendaria.

Desde 2009, Le Locle es, junto con la ciudad de La Chaux-de-Fonds, patrimonio de la humanidad de la UNESCO. Está enclavada en las montañas de Jura y es reconocida como la sede de la alta relojería suiza. Ahí nos recibieron para abrirnos las puertas de las dos manufacturas de Ulysse Nardin.

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Llegamos por la noche y al día siguiente visitamos la casa de La Chaux-de-Fonds, donde se realiza la fabricación de todos los componentes de cada pieza. Con una plática nos internaron en la historia de la marca y en el funcionamiento de los relojes mecánicos de cuerda y automáticos. Luego nos pasaron al primer departamento: el de diseño. Esto fue un privilegio notable,
pues, por obvias razones, casi ninguna manufactura permite el acceso a esta área –una de las mejor resguardadas en cualquier empresa– en donde pudimos incluso hacer preguntas a los diseñadores, lo cual enriqueció la experiencia.

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Camino al siguiente departamento, llamó mi atención un enorme martillo colocado como péndulo para realizar las pruebas de impacto; con esa imagen aún en mente, llegamos a producción, donde tratan al metal en bruto, cortan
y definen cada componente de los relojes. Aquí presenciamos la operación de máquinas especializadas, algunas cuya acción ahorra una gran cantidad de tiempo que antes se invertía en acaba dos manuales, otras dedicadas a piezas tan diminutas como tornillos, ruedas y engranes.

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Eso sí: la destreza humana sigue siendo indispensable para operar la maquinaria. Ulysse Nardin se distingue por ser una de las pocas manufacturas que fabrica sus propias espirales, quizás el componente más delicado y difícil de fabricar de un reloj.

El próximo paso fue llevarnos a disfrutar una extraordinaria fondue, símbolo de la gastronomía suiza, tan emblemático como es la alta relojería para Ulysse Nardin. Eso fue en Le Locle, donde está la manufactura histórica, en la cual ensamblan, finalizan cada diseño y además tienen el museo de la firma en el que se exhiben algunas de las piezas más simbólicas y representativas
de una marca que ha sabido siempre reinventarse e innovar sin dejar atrás su origen, pues se mantiene como una de las pocas casas suizas que desarrollan y producen internamente la mayoría de sus movimientos y componentes, una muestra más de que en Ulysse Nardin son maestros del tiempo.

Nota escrita por Fernando Arrangóiz.