En la Antigua Roma, una milla era la distancia que se recorría en mil pasos: milia passuum, rezaba el latín. Y aunque Brescia estaba a decenas de miles de pasos de la capital del imperio, desde entonces era una ciudad de gran relevancia en la Lombardía. Varios siglos más tarde, el maestro Alessandro Bonvicino, pintor renacentista conocido como il Moretto da Brescia, pudo capturar con su pincel los paisajes de esa región del norte de Italia coronada por el Monte Maddalena.

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¿Qué belleza no han de haber visto los pilotos de la afamada Mille Miglia? La primavera de 1927 vio nacer la primera “Mil millas”, aquella competencia histórica que se corrió entre el 26 y 27 de marzo de aquel año y que tuvo como fecha de bautizo el 2 de diciembre de 1926. Teniendo como punta de partida a Brescia, la Leonessa d’Italia, 77 pilotos italianos comenzaron un recorrido que fue dominado por la marca OM, misma que hiciera el uno-dos-tres, liderada por un audaz Giuseppe Morandi.

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Un año antes había nacido el Brescia Automobile Club, y la Mille Miglia era su presentación monumental. Sin embargo, la pasión por el ruido de los motores estaba muy lejos de ser considerada una novedad en la ciudad. Desde finales del siglo xix, los caminos refrescados por los vientos alpinos vieron pasar tres competiciones distintas. Y no sólo eso: en 1899, la carrera Verona-Mantua-Brescia-Verona presumió como ganador a un milanés todavía en su adolescencia llamado Ettore Bugatti, quien en aquel entonces se encargaba de diseñar automóviles —y motores— para la empresa Prinetti & Stucchi.

Velocidad… Si los alquimistas medievales buscaban la manera de hacer oro, los ingenieros y diseñadores italianos trabajaban en la creación de bólidos para las distintas carreras y premios de los que goza Italia hasta la fecha. La velocidad ha estado en el ambiente de la región, así como el deseo de innovar la tecnología del automóvil de velocidad o gran turismo en italiano.

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En 1909 se publicó el Manifiesto Futurista, redactado por Filippo Tommaso Marinetti. Nacía la primera vanguardia artística del siglo xx. “Afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad”.

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Ruido y acción, diseño e inquietud: “Un automóvil rugiente […] es más bello que la Victoria de Samotracia” se leía en aquel texto fundamental. Y precisamente en ese año, Bugatti fundó su emblemática compañía automotriz. De hecho, uno de sus automóviles, el Bugatti T40, construido en 1927, fue la máquina con la que Juan Tonconogy ganó la edición 2013 de la Mille Miglia, cronometrada por Chopard.

Pero Bugatti es apenas un ejemplo de las diversas manufactureras europeas que darían lo mejor de sí a través de las 24 ediciones de la Mille Miglia, que se correrían entre 1927 y 1957, y posterior- mente las que se llevaron a cabo entre 1958 y 1961.

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La innata pasión automovilística de los originarios de Brescia ha provocado que se llegue a decir que, en lugar de sangre, lo que corre por las venas de sus habitantes es combustible. Hablamos de una pasión que se propagó gracias a muchos entusiastas, como los llamados cuatro mosqueteros y fundadores del Brescia Automobile Club y su insignia inmortal, la Red Arrow: Renzo Castagneto, los jóvenes condes Franco Mazzotti y Aymo Maggi, y Giovanni Canestrini. Este último era un destacado periodista de automovilismo de La Gazzetta dello Sport.

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El propio Renzo fungió como el primer director del Club. Bajo su liderazgo se organizaron competiciones como la Cronoscalata del Monte Maddalena, el Circuito di Brescia y la Scalata al Colle S. Eusebio, entre otras. Sin embargo, fue la Mille Miglia la carrera que llevó al Brescia Automobile Club al reconocimiento local y mundial, gracias a la calidad de sus competidores y al cúmulo de anécdotas e historias que se generaron a lo largo de poco más de dos décadas.

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Como una carrera de resistencia, la Mille Miglia exigió lo mejor de los pilotos y de sus autos. A la par de competencias como Las 24 Horas de Le Mans, la legendaria Targa Florio —o Giro de Sicilia— y la Carrera Panamericana, la milla de Brescia ayudó a que se desa- rrollara el concepto de Gran Turismo: el ápice de la ingeniería y el diseño automotriz al servicio de la velo- cidad, el poder y la belleza.

Pero la innovación no fue tarea fácil en una década —la de los 20— en la que las manufactureras italianas de autos pasaban por una crisis e, incluso, dejaron de participar en el Grand Prix. Urgía una ‘sacudida’, en palabras del inquieto Aymo Maggi. Y la Mille Miglia permitió uno de los deseos del club naciente: devolver a la Leonessa de Italia, Brescia, su categoría de la génesis de las carreras de autos.

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“La eternidad está enamorada de los productos del tiempo” dice un proverbio del escritor inglés William Blake. El cronógrafo es némesis y musa al mismo tiempo cuando hablamos de competencias de resistencia y velocidad. El Alfa Romeo 8C 2900B Spider MM Touring que triunfó en la Mille Migilia de 1938, pertenecía a la excelsa marca que dominó buena parte de los años 30 en esta justa. Una joya eterna, al igual que otra belleza, ganadora de la “Mil millas” de 1948: el bellísimo Ferrari 166 S. Ambos automóviles, con el gran Clemente Biondetti al volante. Y fue precisamente Enzo Ferrari quien de nió a la Mille Miglia como la competencia en carretera ‘más hermosa del mundo’.

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En 1982, la carrera retornó como un rally en el que, desde entonces, sólo compiten autos fabricados entre 1927 y 1957. Para 1988 otra joya del cronometraje se sumó a esta historia: Chopard, la ya legendaria marca de alta relojería suiza. Ese año vio nacer al que se ha convertido en uno de los objetos más soberbios para coleccionistas y aficionados, tanto del automovilismo como de la alta relojería: el Chopard 1000 Miglia Chronograph.

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Como cronógrafo oficial de la competencia, Chopard tendrá a su cuidado registrar los tiempos de 375 automóviles vintage que competirán, del 15 al 18 de mayo próximos, en la trigésimo segunda edición de la Mille Miglia Storica. Una mancuerna de lujo con una colección de la que hoy destacan dos nuevos modelos: his & her.

Inspirados en los bólidos que participaron en la Mille Miglia entre 1927 et 1940, estas dos joyas recuerdan a los cronógrafos antiguos y brillan con armonía a través de sus cajas de acero de los Mille Miglia Classic Chronograph. A través de 42mm para el gentleman racer y 39mm con bisel de diamantes engastados, para el lady driver

Ambos modelos están montados en una correa de caucho que recupera el relieve del neumático Dunlop Racing de los años 1960. En blanco para ella y negro para la versión masculina. Además, para hacer honor a su rendimiento y deportividad, las piezas cuentan con un motor relojero de alta precisión, certificado por el Control Oficial Suizo de Cronometría (COSC). Mismo que late a una frecuencia de 28’800 alternancias/hora y visible a través del fondo de cristal de zafiro de la caja, adornado con el logo  Mille Miglia.

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