
Originario de Tijuana, pero con formación y visión global, este arquitecto binacional ha sabido romper moldes desde las calles de su ciudad natal hasta los más exigentes escenarios internacionales, como San Francisco, Los Ángeles, Arabia Saudita y, más recientemente, el Valle de Guadalupe.
Tomás Ortiz representa una nueva generación de arquitectos latinos con espíritu cosmopolita. Estudió en Woodbury University, se empapó de urbanismo en Roma y afinó su ojo estético diseñando para marcas como Ferrari, Maserati, Toyota y cadenas como Starbucks.
Fue parte del desarrollo de un edificio de 26 pisos en San Francisco y de varios espacios dentro del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, uno de los hubs más transitados del mundo.
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Pero no fue hasta que colaboró con el legendario Michael Chow en el restaurante Mr. Chow en Riad, que su nombre comenzó a brillar entre la élite de la arquitectura gastronómica. Ahí, fusionó tradición oriental y modernismo occidental en un espacio que habla de opulencia y equilibrio.
Construyendo sobre la adversidad
Sin embargo, la historia de Tomás Ortiz no solo se escribe con planos, sino con una fuerza interior que pocos podrían imaginar.
En 2022, un accidente en motocicleta lo dejó sin movilidad en el brazo derecho. La arquitectura, su pasión y su oficio, parecía perderse…, hasta que se reencontró con su fuerza interior.

Desde su proceso de recuperación en Los Ángeles, Tomás Ortiz comenzó a crear con la mano izquierda. Aprendió a escuchar su instinto y a dejar que la sensibilidad tomara el mando.
De esa etapa nace uno de sus proyectos más personales: un espacio en el Valle de Guadalupe que no solo es una obra arquitectónica, sino un manifiesto sobre la resiliencia, el arte y la reconexión con lo esencial. Como él mismo afirma: “Mi trazo ahora viene del alma, no solo de la técnica”.
Actualmente, lidera un desarrollo residencial de seis unidades en una zona estratégica, aplicando un enfoque integral que combina diseño, normativa urbana y ejecución in-house con su propio equipo.
Cada decisión en este proyecto —desde la zonificación hasta la identidad arquitectónica— refleja su convicción de que el diseño no solo debe ser bello, sino funcional y con propósito.
En tiempos donde la arquitectura muchas veces se diluye en tendencias pasajeras, Tomás Ortiz nos recuerda que los grandes espacios nacen de una visión auténtica. Que se puede construir belleza desde la frontera y dejar huella desde la adversidad. Que aún con una sola mano, cuando hay alma, se puede volver a dibujar el mundo.