Construido en 1962, al estilo de una villa de los Alpes, Vail, ubicado en el centro oeste de Colorado, entre las Rocosas al oeste de Denver, es ese pueblito de cuento que debes visitar, por lo menos, una vez en la vida. Es el paraíso del deporte, tanto en invierno, como en verano, el buen comer y el buen vestir.
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Entre sus cabañas, montañas, árboles y riachuelos, se encuentran algunos de los mejores restaurantes del centro oeste de Estados Unidos, todos adaptados al estilo de vida deportivo, pero, a la vez, muy chic que se vive en el destino.
En el corazón del pueblo se encuentra Solaris Residences, uno de los resorts de ski más extraordinarios del lugar, y, un piso abajo del lobby, se enclava el Matsuhisa, un restaurante japonés, bajo la autoría del chef Nobuyuki ‘Nobu’ Matsuhisa, que sorprende a los paladares más exigentes, dentro de un ambiente rústico, urbano y cálido, pensado exclusivamente para consentir a los comensales con su atmósfera trendy y relajada.
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Hace un par de días tuve la oportunidad de disfrutar una magnífica cena en él, en la que cada platillo superó al otro -con los ingredientes más frescos-, pero ninguno quedó fuera de la categoría que yo llamo ‘excelencia culinaria’. El festín comenzó con exquisitas entradas, entre las que se encontraron los clásicos edamames, los shishito peppers, el tiradito de Cola Amarilla y los Tuna Chip con spicy miso -característicos del lugar-. Estos últimos fueron una explosión de sabores y texturas, pues el atún sobre la papa, bañado con la salsa especial -un tanto picosita-, envuelven el paladar con un toque de fusión.
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Para continuar, acompañada de una cerveza Hitachino ‘japanese white ale’, degusté un bacalao negro asado con miso, especialidad de la casa, tan suave y delicioso, que se disolvió en mi boca como mantequilla. Después vino el Beef Skewer, un platillo que viene con una gran piedra caliente, un tanto porosa, en la que debí cocinar, poco a poco, trocitos finos de carne wagyu. Sin duda, un must para ordenar si visitas el lugar.
Casi para terminar, pero no por completo, llegaron los rollos de sushi. Mi favorito fue el Tuna Tataki; cada bocado trajo a mi memoria diferentes experiencias en las que ya había vivido el placer de comer o cenar en uno de los restaurantes del chef Nobu.
Para cerrar con broche de oro, por supuesto, llegaron los postres: un pequeño pastelito de chocolate relleno, servido con helado de matcha, y mochis de diversos sabores -vainilla, té verde, mango y café-, mismos que fueron el toque perfecto para darle clausura a una de las cenas más espectaculares que he saboreado en Vail.
Sin ganas de dejar de comer, pero con el estómago lleno y el corazón satisfecho, me levante de la mesa para recordar que el Matsuhisa es como casa, para quienes tenemos entre nuestras gastronomías predilectas la japonesa.