“Asegúrese de estar completamente seca antes de entrar a la cámara de crioterapia”, dice Barbara, la dura técnica del Performance Therapy Center del Hotel Sea Island. “Cualquier humedad en la piel sin duda causará congelamiento”.
Estoy sentada frente a una encantadora mesa cubierta con un juego de porcelana para el té en la sala de estar de damas del famoso resort de Georgia, pero no estoy nada relajada. El hecho de que Barbara mencionara de manera casual la palabra congelamiento causó que me concentrara menos en cómo tomo mi té inglés y más en la experiencia que estoy a punto de vivir. Ajena a mi angustia, Barbara continúa con su aprensivo preámbulo: Nada de metal sobre el cuello. Es probable que se le duerman las piernas. Es muy posible que se desmaye.
A pesar de lo intimidatorio, la introducción de Barbara a la crioterapia es obligatoria. Después de todo, el tratamiento consiste en sumergirse del cuello para abajo en un cámara de aire de nitrógeno helado que alcanza la temperatura severamente helada de -164° C. Pero el proceso, que dura solo tres minutos, promete una buena cantidad de beneficios para la salud. Los partidarios aseguran que un solo tratamiento quema hasta 800 calorías, mejora el sueño, estimula el sistema inmune, reduce la inflamación y acelera la recuperación de las heridas.
Un doctor japonés que creó una cámara congeladora para tratar la artritis reumatoide desarrolló la crioterapia en la década de 1970. En las últimas décadas, la terapia se ha empleado para aliviar todo desde tensión muscular hasta mala circulación. Hace poco, surgió como tendencia nacional proclamada por todo el mundo, desde guerreros de fin de semana hasta atletas profesionales, como LeBron James, como medio para acelerar la recuperación muscular. En marzo, Sea Island se convirtió en el primer hotel de Estados Unidos que ofrece programas de crioterapia (con costos desde 60 dólares por una sesión de tres minutos).
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Ella Stimpson, la directora del spa Performance Therapy Centerm dice: “Básicamente, la crioterapia es un baño helado para los atletas, pero veo que también produce una claridad mental increíble”. Afirma que la terapia es especialmente eficaz para los golfistas, antes y después de una ronda.
Una vez despojada de mi bata, como corresponde –y seca hasta la médula, espero– sigo a Barbara a la pequeña habitación que alberga la cámara criogénica de Sea Island, donde la técnica me entrega un par de gruesos calcetines de lana y botas de goma para protegerme los pies. Me meto a la cámara, donde solo se puede estar de pie, y la helada brisa comienza a soplar, desatando mi respuesta de lucha o huida y causando palpitaciones en mi corazón. El frío me deja sin aliento, lo que exige que centre toda mi atención en la simple acción de inhalar y exhalar.
Cuando terminan mis tres minutos de helado sufrimiento, salgo de la cámara y descubro que mis piernas están, efectivamente, adormecidas. No obstante, estoy orgullosa –incluso eufórica– de haber resistido el proceso. El estímulo que el tratamiento dio a mi ego continúa hasta el día siguiente, cuando hago la ronda de mi vida en el Club de Golf del Sea Island.