Nicaragua, el paraíso escondido

Nicaragua es un secreto bien guardado; con sus 132 mil kilómetros, 76 picos volcánicos, 13 volcanes (7 de ellos activos), 54 ecosistemas, y 72 reservas naturales hídricas, es también un paraíso natural que vale la pena explorar en toda su extensión.

Con una población que supera por poco los seis millones de habitantes, este país de Centroamérica ha logrado recuperarse de dos dictaduras (la primera en 1936 y la segunda en 1979), y de varios terremotos (los más fuertes en 1931 y 1972). Su capital, Managua, es nuestra primera parada camino a ese paraíso llamado Mukul.

A pesar de que la palabra ‘mukul’ significa secreto en el dialecto chorotega-maya, este lugar es famoso entre los nicaragüenses por ser uno de los destinos más exclusivos de toda Centroamérica, y también por pertenecer a Carlos Pellas, uno empresario nicaragüense encargado de crear programas de responsabilidad social a lo largo de Nicaragua, entre ellos Mukul Beach, Golf and Spa.

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Para llegar a este refugio escondido en la selva, es necesario conducir poco más de dos horas desde la capital hasta Guacalito de la Isla, a través de un recorrido en el que hay una parada obligada: Granada. Situada a los pies del Volcán Mombacho, esta ciudad colonial vestigio de la conquista española tiene un toque pintoresco que encanta a visitantes y aventureros. Mi propia aventura inicia con la visita a Café Expresionista, de Falk Andrés Zoltan, un rincón en el corazón de Granada que mezcla lo mejor de la oferta culinaria local, con un toque moderno; el shortbread de manchego y parmesano, y el niçoise de corvina local, me susurran al oído que si estoy en busca de una experiencia gastronómica memorable, vine al lugar correcto.

Seguimos conduciendo hasta que cae la noche, y a un costado de la carretera aparecen nicaragüenses en los porches de sus casas, sentados en mecedoras que se revelan a la luz de las velas y luces de baja intensidad. Atravesamos la selva por una carretera y se siente como si la noche nos devorara. Llegamos a nuestro destino, que a la luz de la luna se mantiene discreto, pero igualmente impresionante. Grillos, aleteos y sonidos de la naturaleza me guían hasta mi bohío, un tipo de cabaña reinterpretada con paredes de cristal y lujo en su interior.

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Rápidamente me arrullan los sonidos salvajes que, para mi sorpresa, también serían lo primero que percibiría al despertar. Una urraca, también llamada piapia azul por su color brillante y llamativo copete, toca con entusiasmo los maderos de mi habitación, como si fuera alguien tocando la puerta.

Me levanto confundida y me sorprendo al encontrarme con una familia completa de esta ave endémica de la región, dándome los buenos días. El desayuno está listo cuando pongo un pie afuera de mi habitación para ver el amanecer desde la terraza: una taza de café caturra de Finca Buenos Aires (una verdadera referencia de calidad cafetalera de Nicaragua con notas a arándano y limón suave) y dos galletas de mantequilla, me deleitan mientras veo –y escucho- las olas del mar que golpean en Manzanillo, la playa privada de Mukul.

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A las 8 de la mañana me doy cita a la orilla del mar para tomar una clase de yoga, con el yogui Juancarlo Giusto, encargado de guiarte por una serie de asanas personalizadas de acuerdo a tu experiencia en la práctica, y de sumergirte en una meditación profunda en sintonía con el vaivén de las olas. Ésta, como todas las actividades que puedes realizar en Mukul Beach, Golf and Spa, atinan a los gustos de sus exigentes clientes: el campo de golf de 18 hoyos es un paraíso para conocedores diseñado por el arquitecto especialista en campos de golf, David McLay Kidd, que concluye a la orilla del mar, con uno de los hoyos más escénicos de todo el continente; los senderos que rodean las 1670 hectáreas de terreno permiten conocer la flora y fauna del lugar (que incluye monos aulladores) ya sea a pie o sobre una bicicleta, y también hay tiro con arco, y liberación de tortugas en temporada. En el agua, actividades como las clases de surf, kayak y snorkel, stand-up paddle y pesca, son las predilectas entre los visitantes.

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Ésta última, siendo la mejor alternativa para adentrarse en el mar y pescar algunos mahi mahi, pargos, y macarelas españolas, dependiendo la temporada, que después pueden ser cocinados por el chef de origen francés, Cyrill Cheminot, la mente creativa detrás de los platillos del restaurante La Mesa, el más elegante del hotel (donde encontrarás delicias como el pork belly cocinado durante siete horas con ron Flor de Caña, café, papas patacones y crema a las finas hierbas), y el genio que mezcla ingredientes locales en La Terraza, donde los comensales se reúnen a disfrutar de preparaciones con aires más casuales y tradicionales como el nacatamal, una especie de tamal de masa de maíz hervido, que se sirve en hoja de plátano, acompañado de tomate, cebolla, y cilantro.

ABRAZAR EL ESPÍRITU
Cuando el apetito está satisfecho en esta tierra que hace muchos años perteneció a los Aztecas, el alma pide un descanso. Y para eso está el spa Mukul, que incluye seis experiencias alojadas en seis spas individuales, que permiten una experiencia completamente en privado. Cada uno de los seis templos (que requirieron una inversión de 5 millones y medio de dólares para su construcción) contienen temas diferentes y por tanto experiencias terapéuticas variadas.

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La visita inicia con un recorrido hasta el santuario elegido por el cliente, en este caso, mis ganas de conocer más sobre los métodos medicinales utilizados en la antigua Mesoamérica me llevan naturalmente al “Ancient Sanctuary”, un rincón especializado en el uso de plantas medicinales cultivadas localmente, especias y flores regionales, arcilla volcánica, sal marina y azúcar, que son utilizadas por los terapeutas para crear recetas únicas como tratamientos curativos. La experiencia inicia con un ritual de pies.

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Cuando tomo asiento a la entrada del santuario me percato de la belleza del espacio, y de los impresionantes pisos artesanales pintados a mano traídos desde la ciudad de Granada. Con una tina de bronce a mis pies, la terapeuta inicia el recorrido: exfoliación con flores seguida de un celestial masaje sueco, con un toque de reiki, para darle calma también a mi espíritu. Este templo ubicado en las alturas de Mukul, es uno de los más populares entre las parejas, por su magnífica terraza con piscina privada y vista al mar, que permite ver el atardecer acompañado de una botella de vino espumoso.

Cada templo tiene un diseño diferente (desde los pisos hasta una completa simbología), pensado para satisfacer necesidades diversas; Crystal Temple añade vibraciones relajantes a través de cuencos sonoros; Healing Hut combina un aspecto moderno con técnicas antiguas como la Shirodhara, una terapia que deja caer aceite sobre la frente; Rainforest se inspira en las propiedades curativas del agua y la flora marina (body wrap en algas marinas, por ejemplo); Secret Garden ofrece una terapia ancestral llamada Watsu (que se realiza en el agua), y Hammam provee los beneficios del afamado tratamiento turco en un espacio de arquitectura árabe.

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DIAMANTE EN BRUTO

“Amar, amar, amar, amar siempre, con todo el ser y con la tierra y con el cielo, con lo claro del sol y lo oscuro del lodo; amar por toda ciencia y amar por todo anhelo”, decía el nicaragüense Rubén Darío, en su poema Amo, Amas. Y justo así, es la despedida de Mukul Beach, Golf and Spa, con el corazón en la mano, enamorada de su fértil terreno, de sus cúmulos de nubes blancas sobre el océano, y con ganas de ensuciarse con el lodo de sus volcanes: Esteli, Cosigüina, San Cristóbal, Telica, Rota, Cerro el Ciguatepe, Azul, Cerro Negro, Las Pilas, Momotombo, Las Lajas, Apoyeque, Nejapa-Miraflores, Granada, Mombacho, Zapatera, Concepción, Maderas, y Masaya.

A nuestra salida de Mukul, abordamos un avión privado en el diminuto Aeropuerto de Costa Esmeralda, ubicado a 20 minutos del hotel. Se trata de una vía de acceso para los viajeros más frecuentes –y exclusivos– en su mayoría provenientes de Nueva York.

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Cuando abordamos el jet de Aerolínea La Costeña, un cielo despejado nos despide y nos permite sobrevolar por encima del Masaya, un volcán activo y punto de encuentro para turistas (gracias a que está permitido asomarse para ver la lava en su interior), y también un recordatorio de lo insignificantes que somos los seres humanos. Volamos a 635 metros del volcán; si asomara mi cabeza por la ventanilla del avión, probablemente sentiría el calor de la lava, emergiendo candente y de color rojo vivo desde el mismísimo corazón de la Tierra, haciendo un sonido potente que cala en el pecho.

Sin embargo, Nicaragua queda en silencio, en un anonimato que, gracias a sus hermosos paisajes protagonizados por vibrantes volcanes, selvas palpitantes, mares cautivantes y rincones lujosos como Mukul, promete no durar mucho tiempo.

mukul.com