Rodeado de montañas y con un calmo lago al fondo, imagino que, desde el cielo, el frondoso Valle de Okanagan en la Columbia Británica de Canadá, debe verse, como una inmensa copa de vino, extrañamente verde, pero igual apetecible.
Y quizá no sea casualidad, pues en esta zona bañada por el sol y poseedora del sistema de suelo más diverso y complejo del mundo se produce la mayor cantidad de vino de la región. No por nada algunos le han puesto el mote de la “Napa del Norte”.
Y sí, podrá faltarle la fama de California, pero a esta tierra le sobran vinos de gran calidad, oportunidades de degustación, festivales culinarios, mercados de agricultores y un sinfín de experiencias y actividades que bien valen una visita.
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Recientemente recorrí este paraíso de los wine lovers, la mayor parte del tiempo, en auto, pero a ratos, también, caminando, en bicicleta, incluso navegué en una pintoresca embarcación, desafiando al Ogopogo, el supuesto monstruo que vive en el lago Okanagan. Y pude aventurarme a sobrevolar la zona en helicóptero o globo aerostático, pero quise dejar algo para una futura ocasión.
¿Qué descubrí en esta primera visita? Bueno, que en Canadá se produce más que solamente Ice Wine (ese dulce y rico néctar que se obtiene de la vinificación de las uvas congeladas y que era hasta este momento mi souvenir favorito). Segundo, que hay mucho más por hacer en este país que esquiar y tercero, que si algo le sobra a esta tierra colmada de naturaleza son paisajes realmente memorables.
Para muestra ese espejo de color verde turquesa donde las montañas se reflejan totalmente cubiertas de árboles o el tren corriendo en paralelo al río o un alce cruzando la calle o el sol poniéndose en el horizonte de un viñedo, por todos lados me encontré con postales que me traje fijas en la memoria y por supuesto, en mi teléfono celular.
El viaje comenzó a una hora de vuelo de Vancouver, en Kelowna, la ciudad más grande y poblada del Valle de Okanagan, en cuyos alrededores se ubican decenas de cervecerías, sidrerías y vinícolas con productos que, en muchos de los casos, sólo pueden disfrutarse in situ, como recién salidos del campo o de la barrica, en un símil de esa tendencia restaurantera a la que llaman “del huerto a la mesa”, pero sustituyendo en ocasiones la mesa por la copa.
Visita a los viñedos del Valle de Okanagan
Recorrí desde tranquilos viñedos boutique de gestión familiar hasta grandes bodegas de clase mundial, todas ricas en tradición y carácter.
Pasé de la propuesta ecológica de un lugar como “Off the Grid Organic Winery”, con su sala de degustación alimentada por energía solar y su selección de vinos orgánicos de primera calidad; a la internacionalmente reconocida producción de uno de los viñedos pioneros de la zona como Mission Hill Family Estate, un sitio con una arquitectura majestuosa y atemporal que se parece más a un templo donde se adora al vino, con su campanario que destaca sobre el valle, erigido encima de una cava subterránea, que fue prácticamente esculpida en roca volcánica.
Probé la rica oferta gastronómica de algunos de los mejores restaurantes que se ubican en los viñedos, tales como Old Vines en Quails’ Gate Winery, el cual lleva a un nuevo nivel el concepto “del huerto a la mesa” apoyando a los productores locales, y el elegante Home Block, ubicado en CedarCreek Estate Winery, donde el chef Neil Taylor prepara un menú totalmente inspirado en el vino y ofrece una experiencia de maridaje interactiva de la que no quiero hablarte mucho para que tu mismo la vivas y juegues.
A bordo de un pintoresco Trolley me adentré en los territorios de pequeñas poblaciones cercanas a Kelowna, en el mismo Valle de Okanagan, como Penticton y Naramata haciendo paradas en cervecerías, sidrerías y bodegas, sin correr riesgo atrás del volante y descubriendo muchos otros atractivos como senderos, playas y hasta mercados agrícolas donde disfrute deliciosas frutas recién arrancadas de sus árboles.
Me hospedé en hoteles tan antiguos como el Naramata Inn, de principios de 1900, que recibió a algunos de los primeros turistas del Valle de Okanagan y tan modernos como el Delta Hotels Grand Okanagan Resort, cuyo wine bar almacena más de 300 etiquetas producidas en las bodegas de la zona.
Fotos: Naramata Inn
Me subí a un viejo camión Mercury de los años 50, color rojo cereza, para recorrer los más de 600 acres de viñedo de Covert Family Farms Estate, que me ofreció una degutación de sus mejores etiquetas acompañadas de una exquisita tabla de quesos y algunas fresas recién extraídas de su invernadero.
En Osoyoos, otro pintoresco poblado del Valle de Okanagan conocí la oferta de Nk’Mip Cellars, la primera bodega de propiedad y operación indígena de América del Norte dedicada a la elaboración de vinos VQA premium.
Y finalmente descubrí District Wine Village, un proyecto relativamente donde en una especie de plaza al aire libre, cuya arquitectura asemeja a una enorme barrica, se asienta la oferta de 16 productores artesanales. Un lugar ideal para ir a pasar una tarde, tomar el sol y por supuesto, muy buenos vinos.
Tranquilos, espumosos, rosados, blancos, tintos, la oferta es amplia tanto en vinos como en vinícolas que las hay boutique, orgánicas, pequeñas, enormes, sustentables, místicas, futuristas. Y si te cansa el tema enológico, también hay cervezas y sidras, huertos, mercados agrícolas y decenas de atractivos naturales.
Aquí lo que sobran son opciones, historias, familias que te reciben, con todo y perro, para mostrarte sus casas y sus negocios, brindis, charlas, recuerdos, lo único que falta es tiempo, pero siempre está la opción de volver.
Y cuando lo haga, seguramente, como el buen vino, el valle habrá cambiado, madurado, mejorado. Y estará en su punto para volverme a sorprender.