Las Vegas es esa ciudad que, aunque parece que todo es una obra de teatro recién montada, encanta a quien la visita por la cantidad de actividades que tiene para ofrecer; desde los mejores casinos, shopping malls, hoteles, shows y conciertos, hasta labores recreativas y ecoturísticas.
En el corazón de The Strip, se encuentra uno de los resorts más concurridos de todo el lugar, el Wynn Hotel, hermano del Encore, parte de Preferred Hotels & Resorts. Ambos cuentan con cinco estrellas, otorgadas por la Guía de Viajes Forbes, más de las que cualquier otro recinto hospitalario en Las Vegas ha logrado obtener.
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Lejos de los tumultos, las ruidosas calles y los abarrotados espacios que inundan el lugar, justo enfrente del majestuoso buffet del hotel -todos lo conocemos como el mejor restaurante para comer all you can eat-, se encuentra el elevador para subir al santuario más calmado de toda la ciudad: The Spa at Wynn. Déjenme decirles que este es mi recinto favorito de toda la Capital del Pecado -olvidemos los casinos y los cientos de comedores galardonados con estrellas Michelin-.
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Tras un delicioso festín de room service -pedí french toast y café americano-, me dispuse a visitar el spa –reconocido por la Forbes Travel Guide Five-Star Award–. Al llegar a las instalaciones, que se encuentran en el mismo piso que el fitness center, me registré, con el cuerpo cansado y el espíritu agotado, para pedir un Four Hands Massage. Fue todo lo que esperaba y más.
Me dirigí al cuarto de los lockers para ponerme la bata y ser recibida por quienes serían mis masajistas. Ambas, muy amables y serenas, me llevaron hasta el amplio cuarto de terapia donde llevaron a cabo mi tratamiento. Todo el masaje a cuatro manos comenzó con un extraordinario rub simultáneo, realizado con los mejores productos para el cuerpo, en la espalda baja, que continuó hacia la parte alta y, entonces, descubrí el cielo; pues al llegar a la cabeza, alcancé el estado de relajación más profundo que jamás había logrado, gracias a las pulsaciones en cada parte de la sien. Además, gracias a los aromas que inundaban la habitación, la experiencia fue aún más tranquilizante. Más tarde y casi con la mente en blanco, a punto de caer profunda, recorrieron mis piernas y brazos, mientras deshicieron cada nudo que en ellos tenía. Finalmente, tras 80 minutos de consentirme, las masajistas dieron una pequeña palmadita en mis hombros; así culminó el mejor masaje que he recibido en toda mi vida.
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Casi dormida y con los ojos entre abiertos, me levante de la cama para dirigirme al área del vapor y el jacuzzi. Ahí, acompañada de música zen, disfruté una infusión de frutos rojos y un par de almendras, mientras me recosté en un camastro. Para culminar mi experiencia en el extraordinario espacio holísitico, me sumergí en la tina de hidromasaje y dejé todas mis preocupaciones atrás; fue como experimentar el cielo en un espacio terrenal.
Sin ganas de que terminara, pero con un largo día por delante, tomé mi bata y mis sandialias, subí a mi cuarto, y me di un baño para salir a disfrutar los placeres que Las Vegas tiene para ofrecer.