Cusco, la nueva maravilla de Perú

Hay una frase que escuché repetidamente antes de viajar a Perú: “Para ir a Machu Picchu, debes dormir en Cusco”. Desde luego, una y otra vez me repetí en la cabeza que se trataba de una ciudad “de paso”, así que llegué a este lugar sin saber qué esperar.

Desde el aire, tras una hora de vuelo saliendo de Lima, comienzan a aparecer las pintorescas casas con techos de teja, rodeadas por la belleza natural de Los Andes.

Cusco

El espectáculo luce prometedor. El camino del aeropuerto al hotel resulta poco memorable, quizá porque el avión aterrizó a las seis de la mañana o tal vez por las bajas expectativas que tenía del lugar, aunque muy probablemente es por el golpe físico que representan los 3,400 metros sobre el nivel del mar a los que se encuentra la llamada “capital histórica” del país, según la constitución peruana.

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El hotel JW Marriott en Cusco

Sin embargo, apenas 15 minutos después, el libreto de esta aventura cambia drásticamente: a tres cuadras de la catedral de Cusco, al doblar la esquina, aparece imponente el hotel JW Marriott, nuestro centro de operaciones durante los días siguientes.

Cusco

El hotel respira lujo y sofisticación sin desentonar con la arquitectura, el estilo, la historia o los colores del lugar. No es coincidencia, este sitio fue adaptado delicadamente por la cadena hotelera en torno a un antiguo convento agustino que, incluso, hace unos años fue declarado Patrimonio Cultural por el gobierno de Perú.

Este lugar automáticamente se convierte en un imán del que es imposible despegarse. Entre otras actividades, existe la posibilidad de tomar clases privadas de tiradito con Jonathan Campos, chef ejecutivo del hotel, un venezolano que venía “de paso” a Cusco y también quedó enamorado de su magia.

Una mesa llena con ingredientes de cosecha local, como la trucha fresca y el rocoto (un ají bastante picoso), permite experimentar y trabajar con los cinco sentidos para probar, escuchando al chef y sin exagerar, el mejor tiradito de tu vida.

Una tarde de lluvia resulta perfecta para realizar otras dos actividades al interior del hotel: conocer la historia del antiguo Convento Colonial de San Agustín y disfrutar del spa.

Es increíble que este lugar data del siglo XVI, pero es aún más impresionante saber que durante los trabajos de conversión a hotel encontraron ruinas incas debajo de los cimientos. En lugar de seguir adelante con los planes, los directivos de JW Marriott decidieron adaptar el proyecto, trabajar de la mano con el gobierno y crear una especie de museo en el sótano del hotel.

Continúa el recorrido

El día siguiente es perfecto para conocer Cusco. Pocos lo saben, pero éste era el epicentro de la cultura inca y por ende aquí se encuentran algunas de las joyas históricas de esta civilización, como Qorikancha, su templo más importante.

Todo el centro de la ciudad es un escaparate del gran desarrollo arquitectónico que tuvieron los incas y se vuelve un museo viviente. Parece un lugar chico, pero el ritmo explorador debe ser despacio porque la altura sí tiene un impacto: más vale paso lento pero seguro.

A unas cuadras de las ruinas incas está otro lugar obligado en Cusco. El Palacio del Inka, a Luxury Collection Hotel, es una propiedad de lujo y también un emblema de la ciudad,

y ofrece un diseño irresistible en sus habitaciones junto con una cocina contemporánea construida a partir de sabores locales.

Un espectacular patio es la sede para hacer una degustación de papas andinas (hay más de 4 mil variedades en el país) y una ensalada de palmito memorable. Una cerveza cusqueña, claro, no puede faltar en el menú.

Cusco

De regreso al JW Marriott, la noche es ideal para probar el menú de siete tiempos de Qespi, el restaurante del hotel que prepara los mejores anticuchos, uno de los grandes manjares peruanos.

Al otro día, la agenda marca el tour por Machu Picchu. Cierto, es espectacular, pero no cambia mi nueva frase para quien van viajar a tierras peruanas: “Necesitas al menos tres días en Cusco, una maravilla de Perú”.