
De pie, apoyado en el barandal de una estructura de madera que parece flotar sobre la selva nayarita, intento descifrar la personalidad del Pacífico mexicano. Así es como lo descubro calmo a ratos, sobre todo cuando sus aguas chocan con la orilla dorada de la costa, que brilla humedecida tras cada nueva embestida.
Después se revela su carácter indómito con el surgimiento de pequeñas crestas líquidas que rompen un manto azulado que emula al zafiro en su momento máximo de esplendor.
Me encuentro en The Treetop, un bar alojado en el hotel One & Only Mandarina que parece ubicarse en la esquina del mundo. En la orilla del barandal reposa un Mandarina Sour, coctel elaborado con whisky mexicano, licor de mandarina y especias que derivan en una espesa capa de espuma que invita a palpar su untuosidad.
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En armonía con el concepto del bar, que rinde tributo a México e invita a emprender un viaje de sabores marcado por la originalidad, el trago abreva del maíz y de la mandarina para poner a la tarde un acento tan refrescante como emocionante.
Advierto que la contemplación del horizonte toma nuevas dimensiones y se hace más disfrutable.
Entonces decido regresar a mi hogar temporal, una singular casa del árbol que vista de lejos parece abrirse paso en la espesura de forma estratégica: lo suficientemente oculta para ganar privacidad en complicidad con el paisaje, y abierta, muy abierta de frente al Pacífico, para brindar una sensación de comunión total con la naturaleza, entre ramas, raíces y hojas que parecen querer tocarlo todo.

No tardo en sumergirme en la piscina privada para llegar puntual a una cita con el atardecer; ese que en el Pacífico nacional toma tintes magníficos cuando el universo decide obligarnos a mirar el mundo bajo un filtro dorado.
La llegada de la noche conduce irremediablemente a Carao, restaurante firmado por Enrique Olvera, quien asegugura una cita memorable por su laureada visión de la gastronomía nacional, tan osada como contemporánea.


Inicio mi cena en solitario con una brocheta de col acompañada de puré de berenjena y lentejas. Después, elijo la pesca del día, ideal para absorber la identidad culinaria de los frutos del mar en esta orilla del Pacífico.
La velada transcurre muy cerca de una alberca infinita (esta vez monumental) que genera una cercanía con el entorno que me parece inédita al momento. Sobre todo cuando sus aguas se tornan espejo del cielo para materializar una postal onírica, con un fragmento del firmamento color durazno flotando en colindancia con el mar omnipresente.
Minutos después, a bordo del vehículo que me conduce al descanso, saboreo en silencio un placer muy adulto: ese que antecede al disfrute de los espacios interiores de mi casa del árbol, cuyo diseño minimalista parece acentuar la pericia de los artesanos nacionales con la presencia de piezas utilitarias y de ornato que embellecen la atmósfera; tanto, que la convierten en un santuario que parece concebido para la introspección.

Exploración a pie
Caminar a través de las veredas más exuberantes de la selva nayarita ofrece una perspectiva muy distinta del destino: más terrenal y alineada con el entorno, abriendo vetas de sensibilización en torno a las verdaderas dimensiones de una riqueza natural circundante que suele vestirse de poesía.
Esta vez con los pies bien plantados sobre la tierra y guiado por un especialista en la exploración del área que integra este complejo de hospitalidad, descubro que el calor puede llegar a ser muy intenso cuando se camina cuesta arriba; después, arropado por el ramaje, los efectos del sol se atenúan e invitan a explorar con la vista, una vez más, aquel manto azulado y burbujeante en las orillas que bordea a la región. Así transcurre el tiempo hasta llegar a las faldas de La Abuela, un árbol que suma centenarios de vida y que invita a tomar un respiro para poner orden en los pensamientos surgidos tras la caminata.

El silencio imperante en este punto de la selva solo es interrumpido por estelas de viento tan suaves que apenas acarician el rostro; además del canto de aves cercanas. Tras tomar una meditación guiada, un nuevo mirador revela, a solo unos pasos de distancia, ricos matices del entorno, esta vez más vivaces y despeinados, vestidos de un verde esmeralda que alienta a la acción.
Pienso que el regreso a la civilización pareciera improbable en este punto de la geografía nacional, no obstante la cercanía con un auténtico reino de confort.
Horas más tarde y con el agua del Pacífico hasta el cuello vivo un inesperado momento de paz. Esta vez, en proximidad a Jetty Beach Club, un espacio que ofrece una inmersión literal en el entorno dotada de autenticidad.
Desde este sitio el paisaje se antoja prehistórico, más cuando descubro a una parvada de aves planear cerca de un acantilado. A unos metros de distancia, algunos pelícanos parecen desafiar el sacudimiento de la marea flotando siempre en su mismo sitio, como si estuvieran anclados al fondo marino y cubiertos por un halo de pereza que desaparece al instante con el surgimiento de una nueva presa.
Tras esa contemplación ensimismada regreso a la orilla del club de playa para reposar en un camastro y secarme al sol, con los pies forra dos de arena y esbozando una sonrisa bajo la sombra de palma que nace del sombrero que cubre mi rostro.
La visita al spa del One & Only Mandarina luce como destino natural tras una mañana de exploración, nado y descanso. Y en segundos confirmo que el solo arribo a este espacio que se ex tiende bajo la copa de los árboles induce a la relajación, sí, pero también al encuentro de experiencias de bienestar integral nacidas del poder sanador de la naturaleza.


El spa emplea productos de la línea Tata Harper que revelan el poder del universo botánico a través de complejas preparaciones elaboradas con ingredientes procedentes de todo el planeta.
Camino hasta topar con un temazcal que invita a explorar los beneficios de esta práctica prehispánica de tintes ceremoniales que induce a un bienestar de gran calado; ese que traslada sus beneficios más allá de la piel, que promete inducir una reconexión individual y armonizar los latidos propios con los de la Madre Tierra.
Tras optar por un masaje tradicional, de intensidad suave y abierto a romper el descanso con la única cláusula permitida de distender algún nudo muscular, advierto que el jardín de piedra volcánica donde se asienta el spa es en realidad una fuente de energía que permite conectar con el pulmón verde esmeralda de una selva majestuosa.

Ante mis ojos, la propiedad se consagra como un refugio de hospitalidad que logra armonizar el poder de la naturaleza con el de la propia individualidad. El One & Only Mandarina se revela, así, como un reino de confort nutrido de la atmósfera que le abraza; uno enriquecido en sus espacios interiores y exteriores por una fuerza natural que se expresa en senderos vivos que desprenden la energía que acompaña a las grandes aventuras. Aquellas que habrán de habitar la memoria por el resto de la vida.