
Hace solo seis meses las obras de arte de Harry y Linda Macklowe establecieron un récord al recaudar 922 millones de dólares en Sotheby’s. El gusto no les duró mucho pues, así como se había estimado, la colección de Paul G. Allen superó los 1.5 billones de dólares en Christie’s.
La colección perteneció en vida al cofundador de Microsoft y entre las piezas se encontraban obras maestras en perfectas condiciones.

La venta no solo se convirtió en la más grande en la historia del mercado del arte, aunado a esto aproximadamente 20 artistas establecieron récords de ventas y cinco pinturas se unieron al club de las nueve cifras.
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Las cinco pinturas superaron los 100 millones de dólares cada una, la mayor cantidad en una sola venta, y establecieron un récord mundial para los artista. El precio más alto fue de 149.24 millones de dólares y lo obtuvo Les Poseuses, Ensemble de Georges Seurat. Las obras restantes que obtuvieron los 100 millones pertenecían a Cézanne, van Gogh, Gaugin y Klimt.

Otros quince artistas también establecieron nuevos récords, incluidos Lucian Freud, Jasper Johns, Andrew Wyeth, Sam Francis y Edward Steichen, de este ultimo su fotografía The Flatiron hizo sonar el martillo a los 11.84 millones de dólares, el segundo precio más alto de la historia por una fotografía.
La colección que perteneció a uno de los multimillonarios tecnológicos más importantes era grande, aún así tenía una narrativa.
A diferencia de otros coleccionistas que se concentraron en artistas más contemporáneos, Allen demostró un gusto más católico, con adquisiciones que abarcan cinco siglos y una miríada de estilos, desde principios del Renacimiento italiano hasta el impresionismo francés, sin olvidar el Pop y otros movimientos del siglo XX.
Los espectadores pueden especular si los muchos paisajes, de artistas tan variados como Monet, O’Keeffe, Richter y Hockney, hacen referencia a la frontera tecnológica. O tal vez donde vemos las diminutas marcas engañosamente controladas de van Gogh, Allen vio píxeles digitales. Pero no hace falta ser un experto, ya sea en tecnología o en arte, para dejarse asombrar por esos abedules de Klimt. Algunas cosas no necesitan explicación.
Nota antes publicada en Robb Report US por Julie Belcove