Casi desde niño, Rodrigo Rivero Lake se convirtió en anticuario. Su gran curiosidad por saber a través de un objeto todo lo que sucedió en ese momento y lo que ese mismo objeto ha ido trascendiendo durante diferentes momentos históricos lo convirtió en lo que hoy es ahora, uno de los mejores y más afamados anticuarios del país.
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Y aunque él no se vea así porque considera que es todavía muy pretencioso autodenominarse anticuario, la realidad cae por su propio peso e incluso varias de sus piezas se encuentran en exhibición en diferentes museos del mundo.
“Este es un trabajo que conlleva experiencia y mucho tiempo porque va uno aprendiendo y pagando las consecuencias de lo malo y de lo bueno. Siempre es interesante estar estudiando ya que es una profesión que nos abre el mundo y nos permite penetrar exactamente en el sentimiento del hombre y el por qué de las razones de existir”, explica Rivero Lake.
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Cuando se le pregunta cómo aprendió la profesión nos responde que con mucho sentimiento. “Hay que traer esas ganas de saber y sentir“, añade al mismo tiempo que cuenta una anécdota sobre un mueble que llevaba 30 años en casa de unos amigos y él se dio cuenta de que el mueble contenía un cajón secreto. Igual que si él mismo lo hubiera construido. “Hay cosas milagrosas. Todas las piezas tienen un alma y hay cierta identificación como cuando conocemos a una persona y tenemos esa simpatía o ese enamoramiento inmediato.”
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Rodrigo Rivero Lake puede presumir también de ser de los primeros anticuarios mexicanos en importar objetos desde la India, China e Indochina. Según él, todo fue una hermosa casualidad que lo llevó a conocer un cosmos nuevo en donde descubrió diferentes formas de pensar, vivir, y crear. Mundos fantásticos que quiso traer a México para deleite de los coleccionistas.