De la colección de 60 automóviles clásicos de Ralph Lauren, a los 2,500 de Muda Hassanal Bolkiah, más conocido por ser el Sultán de Brunéi, valoramos aquí algo más que la cantidad de unidades, sino la pasión de quien invierte dinero por ellos y sobre todo, los conduce.
Es el caso de Guy Berryman, el músico conocido en todo el mundo por ser parte de una de las bandas de rock más populares y prolíficas de los últimos 20 años, Coldplay: de la que es bajista desde su inicio en 1996.
Lejos de sus momentos en la primera línea de la industria musical, Berryman también alimenta otras pasiones, entre ellas las relacionadas con las cuatro ruedas, por tratarse de un respetado coleccionista de autos deportivos clásicos.
En realidad, la fijación por el automovilismo le viene desde cuando era un niño y en su Escocia natal creció fascinado con el Triumph TR3A de su padre que, sin duda, era todo un ejemplo de diseño e ingeniería.
Probablemente sin quererlo, su padre sembró una semilla irrevocable en aquellos años de la década de los 80, que lo llevó incluso a estudiar ingeniería mecánica en el University College, en Londres.
“Mi interés por los automóviles radica fundamentalmente en la ingeniería y en los conceptos que se esconden detrás de ellos”, dijo. “Todos los autos de mi colección tienen algo significativo bajo su llamativa carrocería. Creo firmemente en la idea de la forma que sigue a la función, y esto es algo que aplico a diversos ámbitos. Ya sea diseño industrial, ropa o automóviles, si sigues ese mantra siempre terminas alcanzando la mayor pureza”, sostiene uno de los protagonistas de la base rítmica de Coldplay.
Europeos de diseño escultórico
A la hora de elegir autos para su colección, Berryman tiene una clara tendencia, especialmente hacia los modelos europeos de mediados del siglo XX. “En las décadas de los 50 y 60 fue creado un lenguaje de diseño casi escultórico, que resultaba de los dibujos hechos a mano. Fueron años cargados de extravagancia, espíritu y energía en el diseño automovilístico, que aportaron a la industria formas muy puras”, dice.
Pero su pasión va más allá de la mera estética: a diferencia de la mayoría de los coleccionistas contemporáneos, este entusiasta de 42 años está muy involucrado en la restauración de sus automóviles, hasta el punto de que en su propia casa tiene un gran taller que alberga numerosos proyectos.
Video Recomendado
“Mi interés en desmontar, reparar y reconstruir tiene una clara conexión con mi pasado en ingeniería mecánica. Me fascina aprender, deconstruir. Creo que todo lo que hago en la vida de manera creativa implica mirar un objeto y deconstruirlo, ya sea mental o físicamente. Así es como funciona mi cerebro”, cuenta.
Lo que realmente distingue a Berryman es una atención al detalle casi enfermiza, algo que a menudo le lleva a indagar en lo más profundo de los automóviles que adquiere. Así ha pasado años desentrañando historias perdidas, contactando a propietarios anteriores y profundizando en los archivos.
“Hago todo lo posible para restaurar los vehículos de una manera fiel. La idea es devolverlos a su condición original, para que queden como cuando salieron de fábrica, y para ello trato de replicar materiales, acabados y colores en todo tipo de piezas, incluso en las que menos se ven, como pueda ser el interior de un panel o una puerta. Todo lo que encontramos durante el desmontaje debe conservarse o recrearse cuando el automóvil es vuelto a ser montado”, indica.
Y fue precisamente esa fascinación por los procesos llevados a cabo y ese amor por el detalle lo que impulsó la creación de The Road Rat, junto a sus dos socios, Mikey Harvey y Jon Claydon, que es todo un ejemplo de periodismo especializado en la industria automotriz y de calidad, con impresión en papel mediante métodos tradicionales, algo que enlaza con el mundo del auto clásico que lo rodea.
“Queríamos hacer un producto editorial serio y contar historias con esa voz autorizada que siempre introduce el elemento humano. No se trata solo de autos, sino de algo más. ¿Por qué han llegado hasta aquí? ¿Quién los hizo? ¿Qué historias esconden tras de sí?”, dice Berryman.
Un buen ejemplo de este tipo de contenido informativo lo encontramos en el número 2 de la revista, que dedica su portada al Porsche 917 Martini Racing, que nació por un cambio de reglamento y desapareció por el mismo motivo (consumía más de la cuenta y eso los dejó fuera).
El artículo de las páginas interiores sobre este icónico modelo de competición (ganó dos veces Le Mans y seis veces seguidas la Can-Am o Grupo 7 en los EUA) es extenso e ilustrado con imágenes de archivo y dibujos técnicos de la factoría de Stuttgart-Zuffenhausen, nunca antes vistos por el público general.
Lo realmente interesante de esta lectura no tiene que ver con los logros del 917 en las carreras sino con el extraordinario viaje desde el inicio del proyecto, hasta su homologación en la primavera de 1969 y las posteriores victorias a partir de 1970. El artículo detalla las decisiones de todo tipo, ideas de ingenieros visionarios y algunas tensiones por el camino de la historia de este vehículo tan representativo de la pasión motor.
Hablando de sus vehículos, Berryman posee varios modelos clásicos de Porsche, muy especiales todos ellos. Un 911S de 1967 cuidadosamente restaurado, con otro 911 totalmente original de 1968 que comparten espacio en el garaje con un 914/6 con especificaciones GT del 70, que antaño perteneció al preparador de Porsche y fundador del laboratorio de performance Rennenhaus, Clay Grady.
Este último es un 914 con claros signos de batalla, hoy en posesión del bajista, al igual que un 356 Zagato, del que apenas fueron fabricadas nueve unidades.
“Es un gran auto”, dijo Berryman de su 356. “Es liviano como una pluma y tiene una carrocería muy abierta. Y además me ha dado el mejor viaje por carretera de mi vida. Lo recogí en la sede de Zagato, en Milán, junto a mi amigo Magne Furuholmen, el tecladista de A-ha, y lo conduje a través de los lagos hasta Chamonix y bajé por los Alpes franceses hasta Niza.
“En aquel viaje nos acompañó el clima más inclemente que puedas imaginar. Hubo grandes tormentas eléctricas y, en determinados momentos, la visibilidad en aquellas sinuosas carreteras alpinas era prácticamente nula. La mayoría de la gente que viajaba en sus autos modernos había decidido parar porque no era seguro seguir, pero nosotros teníamos que llegar a Niza en un momento determinado, así que continuamos el camino sin dudar. Cada noche, cuando llegábamos al hotel, teníamos que pedir un balde para sacar el agua del Porsche”, concluye el músico.
Queda claro el compromiso absoluto de Berryman con la pasión motor, ya que no solo hace restauraciones desde cero, sino que conduce sus autos sin concesiones, algo que empieza a ser cada vez menos habitual entre los coleccionistas de clásicos.
“No creo que la gente conduzca sus vehículos lo suficiente, lo cual es una pena desde un punto de vista personal y cultural”, dijo.
“Cuando finalmente acabe la era de la combustión, situaremos a los autos clásicos en contexto y los apreciaremos aún más. El paso a la electrificación es positivo, de hecho, el Taycan probablemente sea una de mis próximas adquisiciones como vehículo de uso diario, pero lo cierto es que cada vez que conduzco un clásico, me doy cuenta de que solo genera sonrisas a su paso. Son insustituibles”, concluye Guy Berryman.