Santo Tomás Barbera: otra liga

Olviden por completo lo que han oído de los vinos bajacalifornianos, esos lugares comunes que repetimos por comodidad o tren de mame: que son muy salados, que son demasiado madurados, demasiado corpulentos u ostentosos. Olvídense de todo eso, primero, porque son clichés que la realidad suele desmentir y, segundo, porque vamos a Santo Tomás.

Santo Tomás estaba ahí antes que todas las demás. La fundaron en 1888 sobre tierras que antes de la Reforma pertenecieron a misiones franciscanas. El presidente Abelardo Rodríguez fue su propietario, en un tiempo en que los presidentes tenían viñedos en lugar de casablancas. El primer gran sismo en la vida de la vinícola sucedió hacia 1930, cuando el enólogo Esteban Ferro trajo a sus tierras, desde Europa, cepas que con el paso del tiempo terminarían dándole su personalidad a Baja California, como la Cabernet Sauvignon francesa, y, crucialmente, la italiana Barbera, que terminaría por convertirse en la cepa clásica o definitiva de Santo Tomás: la cepa sin la cual los rasgos de la bodega simplemente no estarían definidos como tales, sin la cual Santo Tomás podría ser cualquier otra bodega.

Los propietarios de Santo Tomás siempre han tenido un olfato hiperagudo para el talento enológico. Después de Ferro, en los años setenta llamaron al ruso André Tchelistcheff, uno de los grandes renovadores del valle de Napa, y a su hijo Dimitri. Para el final de los ochenta, en tiempos alicaídos para todo el vino mexicano, contrataron a Hugo d’Acosta, quien renovó a fondo la bodega; a Hugo siguió, brevemente, el suizo Christoph Gaertner y a éste la enóloga Laura Zamora. Todos han aportado algo a su Barbera, el vino “de la casa”. El que está actualmente en el mercado –2011– es de grandes ligas. Mírenlo: hay un color rubí de joyería, lleno de matices, de brillo, como si estuviera llegando al mundo. Huélanlo: es como recorrer muchos compartimentos: uno con perfume de cerezas, ciruelas, zarzamoras, otro con una cajita de tabaco, otro con café recién tostado, uno más con caramelos cubiertos de chocolate. Pruébenlo: sientan su cuerpo medio recorrer y casi limpiar las paredes de la boca –¿es eso eucalipto?–, su acidez despertar los costados de la lengua, su alcohol entibiar la garganta y luego el pecho.

¿Verdad que es un gran vino?

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Por: Alonso Ruvalcaba