Hilo negro escala donde se habla la naturaleza Syrah

La Syrah es una uva con un desorden de múltiples personalidades. Al menos tres de ellas son visbilísimas; llamémoslas Shiraz, Syrah y Shiraz. La primera Shiraz se pronuncia con un marcado acento persa. Legendariamente, esa uva es la madre de todos los vinos. Quienes cuentan esta leyenda datan su nacimiento a hace varios milenios; también dicen que la uva recibió su nombre del vino Shirazi (¿shirací?), originario de Shiraz, vieja capital del Imperio de Irán y cuna Hafiz, también llamado Khwāja Šamsu d-Dīn Muḥammad Hāfez-e Šīrāzī, tal vez el más grande poeta que ha vivido, autor de estos versículos:

Di la espalda por error a la calle de la taberna, ten la bondad de reponerme en el camino recto;
El día de mi muerte no dejes que me mezclen con la tierra: hazme llevar a la taberna y acuéstame en un tonel.

La segunda Shiraz se pronuncia en inglés con un marcado acento australiano. Un escocés, James Busby, la llevó a Australia desde Francia hacia 1830; la plantó en los jardines botánicos de Sydney, desde donde partió a las regiones vinícolas australianas. Para la década de 1860 había quedado establecida como la uva nacional tinta de Australia, de donde había cogido una personalidad nueva: uva arrojada, atrevida, que no le pide permiso a nadie, uva peso pesado o completo, olorosa a rubí, colorosa a ciruela negra. (¿O es al revés? ¿Su color se parece al rubí, su olor al de la ciruela negra? ¿Alguien ha visto un rubí?)

La otra Syrah, la que llamamos Syrah, se pronuncia con acento francés. Más allá de leyendas, es la uva protagonista de los vinos del Ródano y la uva coprotagónica de los vinos del Languedoc-Rousillon. En Francia hay al menos 50 mil hectáreas plantadas con esta cepa. Si atrevida, la Syrah francesa es también elegante, gallarda; si peleona, su peso es superwélter. A esta categoría, acaso, pertenece el Syrah Escala de la bodega Hilo Negro.

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Es un gran vino. Oscuramente rojo, en nariz combina con sabiduría notas frutales de moras y fresas y ciruelas con un como manojo roto de violetas (roto: como si lo tomara uno con el puño y lo aplastara hasta sacarle sus aceites esenciales) con apuntes extraídos a la barrica como caramelo, vainilla. En boca es tánico, poderoso –esos casi 14 grados de alcohol no son gratuitos–, equilibrado como uno de esos futbolistas que hacen 20 o 50 o 100 dominadas y luego anotan no un gol sino una canasta imposible a 30 metros de distancia. Ya se me acabaron las metáforas atléticas. Me queda repetir: es un gran vino.

Por: Alfonso Ruvalcaba

Nuestro consejo del vino lo calificó con un 87.3