Columna del vino: La canción del Chardonnay

Por Alonso Ruvalcaba

Todas las uvas tienen su canto o su poema –la uva casera, posada en la palma de la mano o sentada en su frutero o en el refri, tiene varios– pero yo vengo a cantar la canción de Chardonnay. ¿Cómo es esta uva feliz, entre bien portada y rebelde, globalizada pero superviviente a lo homogéneo?

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Digamos que Chardonnay fuera una amiga, y esa amiga trajera regalos para ti. Traería, tal vez, una canasta de frutas. Si fueran frutas jóvenes serían manzanas verdes, uvas verdes que desde aquí (tú estás en cama) alcanzas a oler con ese olor de piel de fruta, un olor que puedes probar con la lengua, un olor ácido si se me permite la contractura; traería toronja, ese pequeño balón de básquet, y la pelaría frente a ti, haciendo un twist con la cáscara para que tú notes ese aceitito, ese rocío de toronja. Si fueran frutas tropicales traería piña pelada y guanábana y pitaya y tal vez, sólo tal vez, mangos. Chardonnay es una amiga cargada de frutas verdes y blancas y amarillas. Frutas alegres, nunca frutas pensativas.

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O digamos que Chardonnay fuera un amigo, y ese amigo conociera tus debilidades. Camino a visitarte (por alguna razón tú estás en cama) compró algunas cosas para ti. ¿Qué te trajo? Te trajo, por ejemplo, queso fresco –tal vez un mozzarella o una burrata–, trajo mantequilla, mantequilla tan fina que empieza a derretirse ante tu tacto. Trajo también una baguet, y con ella olores de fermentación, de levaduras, de panadería, de reposo. Rompe esa baguet con las manos y acércala a tu cara: ¿los percibes? Y trajo, como un premiecillo final, un mazapán; envueltos en él están olores de almendra y azúcar.

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Chardonnay –él o ella: da igual– merece que un poeta (o sea: no yo) le escriba una canción, porque tiene esos rasgos amistosos. Los señores enólogos de Roganto tampoco son poetas, son enólogos, pero la canción que le compusieron a Chardonnay tiene todas esas cosas que regala esta uva: los frutos verdes, los frutos tropicales, las notas de lácteos, las de panadería y fermentación, una nota final de mazapán, un juego de acidez y ligereza en la boca. Es una canción lindísima que dice: Levántate y baila. ¿La escuchas?