Columna del vino: El triunfo de Nebbiolo

Es posible que ya hayamos hablado en esta columna del curioso rasgo único de la enología en Baja California: su afinidad casi sanguínea con Italia. (Perdonen si me repito: es la edad.) Nadie ha podido no notar la similitud paisajística del valle de Guadalupe y un reojo de la Toscana. (Recientemente, un artículo de The Herald se tituló Tuscany in Mexico: The wineries of Valle de Guadalupe. Así hay varios más.) Más aún, dos de las más grandes bodegas bajacalifornianas –en tamaño al menos–, Santo Tomás y L.A. Cetto, hicieron su nombre hace varias décadas blandiendo la espada de la originalidad de dos uvas italianas, específicamente piamontesas: la Barbera y la Nebbiolo.

Barbera ha permanecido bajo el reinado casi exclusivo de Santo Tomás –sólo unas cuantas bodegas han explorado sus posibilidades–, pero Nebbiolo pasó a ser casi bajacaliforniana, insistentemente plantada, indagada e investigada en la zona. En el valle de Guadalupe Nebbiolo terminó erigiéndose por encima de Cabernet Sauvignon y Merlot no en número de vinos o en hectáreas plantadas, pero sí en lo particular de sus atributos. Nebbiolo es más guadalupana que cualquier otra uva.

El primer gran vino mexicano de Nebbiolo fue el Reserva Privada de Cetto, legítima obra maestra que sigue siendo una de las gangas innegables de nuestra enología. (En la tienda no llega a los 200 pesos; por esa calidad, podría valer el doble.) Después de él, el diluvio: el Alvarolo de bodega Shimul, el Balché Cero de Barón Balché, el precioso Nebbiolo de Las Nubes –“con pequeños adornos de otros varietales”–, el Cru Garage de Bodega Torres Alegre, los monovarietales de Agrifolia y Bella Terra, el Madera 5 de Cava Aragón, todos ellos son expresiones distintas de esta uva, de este suelo y de este cielo bajacalifornianos. Juntos son una suerte de acta de nacionalidad para la Nebbiolo, un acta generosa que no le hace renunciar a sus títulos, sus pasaportes ni sus otras nacionalidades: una acta como una canción de bienvenida.

A estos excelentes vinos se ha unido uno que había estado fuera de nuestro radar: el Nebbiolo “de la Baja California” de la bodega Roganto. Y qué hallazgo feliz. La uva proviene de Llano Colorado, en el valle de San Vicente al sur de Ensenada, en la llamada (no sin animosidad) “antigua ruta del vino”; la crianza implica dos años en barricas de roble francés y gringo; el alcohol: de esos echados pa delante: 13.5 grados que se sienten como 14.5.

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Es un vino mordisqueable, casi sólido; cuando le hincas el diente es como si mordieras una ciruela negra muy madura, hermosa ciruela de la discordia; luego lo mantienes en la boca –redondez, profundidad, acidez en la punta de la lengua– y la nariz se llena de nuez moscada y clavo y mentol y pimienta. Juguetean, parece que flotan. Se vale estornudar.

POR: ALONSO RUVALCABA