Viña de Liceaga, el lugar de los rosados

Demasiado tiempo vivimos con un velo sobre la cara. Veíamos como a través de un vidrio oscuro. Había gente que decía: “El mejor blanco es un tinto.” Había gente que decía: “El vino rosado es para mujeres”, como si hubiera algo intrínsecamente erróneo en lo femenino. Estamos aún lejos de ser libres de prejuicios, pero en algo hemos avanzado. Los vinos blancos son mejor comprendidos que nunca y por fin los vinos rosados han adoptado casi el lugar que les corresponde. (Según yo, el verdadero lugar que les corresponde es en la mesa de todos los días, al menos en el desayuno y a la hora de la comida. Pero sé que pido demasiado.) Ya sólo a un zafio completo se le ocurre decir, sin ironía, que tal o cual rosado es un vino “muy femenino”.

A estas alturas también es sabido que con las avanzadísimas tecnologías en viñedo y vinícola es casi imposible hacer un “mal” vino, y sin embargo hacer un gran vino es tan difícil como antes. (El movimiento del ‘vino natural’, del que ya hay algunos ejemplos en México, quiere echar para atrás en parte esas tecnologías.) Y hay grandes rosados entre nosotros, sean de bodegas relativamente pequeñas, como Vinícola Fraternidad y su sensacional Ímpetu (rosado de Grenache, Syrah y Chardonnay) o Durand Viticultura y el preciso Cocó Rosé (una mezcla novedosa de Grenache y Moscato de Canelli); bodegas grandes como Monte Xanic y su Calixa Rosado de pura Grenache; y por supuesto bodegas medianas. El mejor ejemplo de éstas en Baja California (valle de San Antonio de las Minas) es, probablemente, el de Viña de Liceaga y su extraordinario rosado.

Enólogos de enorme fineza, en Viña de Liceaga cambian la mezcla de uvas de su rosado según la cosecha anual y sus móviles matices. Liceaga ha sido especialmente afortunada en su trato de la uva Merlot (ya lo hemos visto en esta columna, con su Merlot Gran Reserva, obra maestra), entonces el rosado la contendrá casi inevitablemente. En este caso, mezclada con Grenache –otra gran protagonista de los rosados bajacalifornianos– y acaso con Syrah. Éste no es un rosado nueva ola, denso y muy madurado, sino un rosado casi a la antigüita, de esos que los críticos heteropatriarcas de otras épocas se atreverían a llamar ‘femeninos’: un vino delicado, con un encantador punto de dulzura, un rosa tenue tendiente a la transparencia, un carácter cargado a la fresa y otros frutos rojos, una brillante frescura. Salvo que la delicadeza, el encanto, la dulzura y el brillo no son cualidades exclusivas ni de mujeres ni de hombres ni de trans ni de cis. Todos, en algún punto, participamos de ellas, y al que no le guste puede regresarse a vivir al siglo pasado. Bai.

Por: Alonso Ruvalcaba

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