Los vinos rosados son camaleónicos. Son vinos que, si se catan con los ojos vendados, engañan a la mente. Digamos que podrían ser los indecisos de los vinos. Esos que algunas veces tienen taninos tan marcados que los tintos se quedan cortos; y otras, son tan ácidos que podrían pasar por blancos.
Los rosados siguen la elaboración de un vino blanco, con la diferencia de que se hace con uvas tintas a las que se les quitan los hollejos (los residuos de piel de la uva) en la primera fase de la elaboración. Son conocidos como “vinos de una noche” porque la piel de la uva pasa poco tiempo (24 horas aproximadamente) en contacto con el mosto.
Luego, la piel se retira y se sigue el proceso de vinificación de un vino blanco: fermentado, clarificación, estabilizador, filtrado y embotellado. Este proceso da como resultado fermentados que tienen la tanicidad de un vino tinto, pero la acidez y aroma de un blanco.
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En México, la mayoría son jóvenes, con cuerpo ligero, con un aroma frutal y baja azúcar residual. Su sabor depenerá del tipo de uva que se vinifique y, evidentemente, de la mano del enólogo.
En una cata realizada en Á de Acento, Georgina Estrada de @ginasommelier; Paulina Vélez propietaria de la empresa Acento; Pilar Meré presidenta de la Asociación Mexicana de Sommeliers; Jesús Diez de Viticultura; Ricardo Espínola encargado de la Escuela de Vinos del Colegio Superior de Gastronomía; Ramón Vélez del Consejo Mexi- cano Vitivinícola y Sandra Fernán- dez consultora de vinos, se sentaron para disfrutar y evaluar algunos de los vinos rosados mexicanos. Aquí el resultado:
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Y los favoritos:
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Por: Arisbeth Araujo