Por: Alonso Ruvalcaba
He aquí una melódica propuesta: nadie en México conoce tan íntimamente la uva Merlot como los enólogos de Viña de Liceaga. No lo digo como un lamento o como un quejido que el viento se lleva por donde quiera; lo digo como una vindicación y una señal de reconocimiento.
Nunca está de más. Ya hemos hablado de Viña de Liceaga y su apego a esta uva, una de las cinco clásicas de Burdeos, junto con la Cabernet Sauvignon, la Cabernet Franc, la rubicunda Malbec y la respondona Petit Verdot. Viña de Liceaga fue fundada hacia 1982; por entonces su interés no era la visita vinífera (la vid de la que puede hacerse vino) sino la uva de mesa. Eduardo Liceaga era su propietario, y a principios de los 90 decidió convertir su viña en una bodega hecha y derecha. El proceso fue lento, o mejor dicho: pausado. Nadie llevaba prisas, enemigas como son de lo bien hecho. (Al menos en el caso de los vinos. Otras disciplinas se benefician de la urgencia del aquí y ahora. La transformación completa concluyó ya bien entrados los años noventa.
Ignoro la razón que estaba en el fondo de las decisiones de Eduardo Liceaga, pero, felizmente, escogió a la uva Merlot como primera actriz de la transformación. Ya en 1999 se extendía preponderante, por todos sus viñedos. Todo el valle de Guadalupe estaba abriendo los ojos al mundo. (Todavía faltaban algunos años para que el mundo abriera los ojos al valle de Guadalupe). Las cosas parecían recién creadas o al menos recién lavadas. Y la voz que adoptó Viña de Liceaga -la voz de la uva Merlot- sonaba modulada, subibaja, entonada a la perfección.
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Es cierto que desde entonces el legado de Eduardo Liceaga no ha dejado de enriquecer; también lo es que su mejor vino es uno de sus primeros grandes premium: el Viña Liceaga Gran Reserva Merlot. (La cosecha de la que hablamos ahora es la de 2009). Es un vio limpio; casi pueden distinguirse sus elementos, unos separados de otros y sin embargo perfectamente enlazados. Es complejo: cada elemento parece dirigirse en varios sentidos a la vez. Sus aromas se acomodan en tres grandes frutas: zarzamora, mora, frambuesa, cercenas negras; flores, violetas y claveles; especias y tostados, vainilla, clavo, chocolate, encino y café. En boca tiene la elegancia de un George Clooney recién despierto de una siesta a media tarde: chispeante y serio al mismo tiempo. Démosle la bienvenida. Necesita una copa.