Columna del vino: Déjanos caer en tentación, Adobe Guadalupe Rafael 2012

Hay algo apacible y melancólico en esta zona del valle de Guadalupe. La escultura de unas alas se alza allá, en medio de los viñedos de una de las vinícolas más bonitas del valle. Son un memorial, un recordatorio permanente de que se puede encontrar inspiración en el destino adverso. Adobe Guadalupe es también una de las bodegas inauguradoras de la explosión de los pequeños productores al final de los noventa/principios de los dos miles. Los esposos Donald y Tru Miller la fundaron en 1997 y en el 2000 cosecharon sus primeras uvas. Su enólogo era entonces Hugo d’Acosta, que tal vez estaba entrando a su momento de mayor influencia. Hoy el encargado es Daniel Lonnberg, enólogo muy cercano a d’Acosta, y una nueva figura clave en el Valle.

La línea clásica de Adobe Guadalupe es la de los arcángeles. El rosado Uriel (ensamble: Cabernet Franc, Tempranillo, Grenache Blanc, Moscatel, Viognier y Syrah) es el vino que más ha cambiado a lo largo de los años. En su última cosecha son notables las notas especiadas, la fruta roja ligeramente dulce (frambuesas maduras) y un punto salino. En esa línea también están las mezclas tintas Serafiel, Gabriel, Kerubiel (un vinazo), Miguel y el extraordinario Rafael.

Rafael es una mezcla de Cabernet Sauvignon y Nebbiolo, que pasa doce meses en barricas francesas y gringas; de las primeras obtiene algo especiado (¿qué es eso que anda ahí?, ¿nuez moscada?, ¿pimienta negra?), de las segundas algo tostado, algo como de contacto con fuego (¿de qué son esas notas?, ¿caramelo?, ¿café?). La Cabernet y la Nebbiolo se tensan y equilibran en la nariz: moras, frambuesas, frutos negros parecen jalar el olfato y reconciliarlo. En boca la frutalidad brutal (bien equilibrada con una acidez de chispitas rojas) de la Nebbiolo se sostiene inextricablemente de andamiaje invencible de la Cabernet Sauvignon (“¿Gusta taninos con su vino, señor?” “Sí. Muchos.”)

Rafael –cuyo nombre conlleva la curación de Dios: curación del cuerpo, pero también sanación anímica– es un vino no precisamente cristiano. Torna a quien lo bebe en un hombre o una mujer impaciente, un poco necesitado. Mejor aún: se deja caer en tentación, tiene algo de erótico y algo de glotón. No basta: es uno de esos vinos que piden ser bebidos nuevamente, o tal vez la frase sería: es uno de esos vinos que piden no dejar de ser bebidos. Ustedes cumplan su petición.

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POR: ALONSO RUVALCABA